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El que ríe último piensa más l e n to . . .
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requiem

Los hechos que puede ocurrirle a un hombre,
desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte,
podrían haber sido prefijados.
Así, toda negligencia es deliberada,
todo casual encuentro una cita,
toda humillación una penitencia,
todo fracaso una misteriosa victoria,
toda muerte un suicidio.
No hay consuelo más hábil que el pensamiento
de que hemos elegido nuestras desdichas.
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Los inmortales

La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso.
Entre los inmortales, en cambio, cada acto y cada pensamiento es el eco de otros que en el pasado le antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario.
Lo grave, lo único, lo fugáz no rige para los Inmortales.
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Sobre música y palabra

En la multiplicidad de lenguas se hace patente el hecho de que la
palabra y la cosa no tienen una relación necesaria, sino que, por el
contrario, la palabra es un mero símbolo. Pero ¿qué es lo que simboliza
la palabra? Pues nada más que representaciones, ya sean éstas
conscientes, o, como ocurre con mayor frecuencia, inconscientes: pues
¿cómo habría de corresponder una palabra-símbolo a aquella esencia
interior, cuyas copias somos nosotros así como todas las demás cosas
del mundo?




Nietzsche
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Pero, quizás, un día,
antes de que la tierra se canse de atraernos
y brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,
-no cajas de caudales,
ni perchas desoladas-,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida se arranca y despedaza
los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.
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Sabe que no debe mirarla de cerca,
porque hay razones más terribles que tigres
que le demostrarán su obligación
de ser un desdichado,
pero humildemente recibe
esa felicidad, esa ráfaga.

Quizá en la muerte para siempre seremos,
cuando el polvo sea polvo,
esa indescifrable raíz,
de la cual para siempre crecerá,
ecuánime o atroz,
nuestro solitario cielo o infierno.


J.L.B.