¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños,sueños son.
(La vida es sueño- Pedro Calderón de La Barca) ...............~Jornada II, escena 19~
Posted on mercredi 9 décembre 2009 by Marina Belén
¿Sabían que en el verano leo mucho? Bueno, ya empecé. Lo primero que quería leer era una antología de relatos de un género muy particular que se llama Tales of the Unexpected o Relatos de lo Inesperado, en español. El escritor es Roald Dahl y es mayormente conocido por sus obras Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante, etc. La verdad que me encantaron los cuentos. En la entrada enterior puse el final de uno de ellos. Y realmente la única forma de describirlos es con la palabra "inesperados", hablando de los finales. Algunos son mas difíciles de deducir, nunca se da nada por sentado, mas bien es como un desenlace indirecto, un poco oscuro. Solamente es apto para personas capaces de tolerar el humor negro, la perversidad y la morbosidad. A mi en particular me encanta ese tipo de relatos. Hay algunas escepciones, pero en general todos me gustaron.
Todo estaba en orden. El mar estaba en calma, él se había vestido ligeramente para nadar, casi seguro que no había tiburones en esa parte del Atlántico, y también contaba con esa buena mujer para dar la alarma. Ahora era sólo cuestión de que el barco se retrasara lo suficiente a su favor. Era casi seguro que así ocurriría. De cualquier modo, él también ayudaría un poco. Podía poner algunas dificultades antes de subir al salvavidas, nadar un poco hacia atrás y alejarse subrepticiamente mientras trataban de ayudarle. Un minuto, un segundo ganado, eran preciosos para él. Se dirigió de nuevo hacia la barandilla, pero un nuevo temor le invadió. ¿Le atraparía la hélice? El sabía que les había ocurrido a algunas personas al caerse de grandes barcos. Pero no iba a caer, sino a saltar y esto era diferente, si saltaba a buena distancia, la hélice no le cogería. El señor Botibol avanzó lentamente hacia la barandilla a unos veinte metros de la mujer. Ella no le miraba en aquellos momentos. Mejor. No quería que le viera saltar. Si no lo veía nadie, podría decir luego que había resbalado y caído por accidente. Miró hacia abajo. Estaba bastante alto, ahora se daba cuenta de que podía herirse gravemente si no caía bien. ¿No había habido alguien que se había abierto el estómago de ese modo? Tenía que saltar de pie y entrar en el agua como un cuchillo. El agua parecía fría, profunda, gris. Sólo mirarla le daba escalofríos, pero había que hacerse el ánimo, ahora o nunca. «Sé un hombre, William Botibol, sé un hombre. Bien... ahora... vamos allá.» Subió a la barandilla y se balanceó durante tres terribles segundos antes de saltar, al mismo tiempo que gritaba: —¡Socorro! —¡Socorro! ¡Socorro! —siguió gritando al caer. Luego se hundió bajo el agua. Al oír el primer grito de socorro la mujer que estaba apoyada en la barandilla dio un salto de sorpresa. Miró a su alrededor y vio al hombrecillo vestido con pantalones cortos y zapatillas de tenis, gritando al caer. Por un momento no supo qué decisión tomar: hacer sonar la campanilla, correr a dar la voz de alarma, o simplemente gritar. Retrocedió un paso de la barandilla y miró por el puente, quedándose unos instantes quieta, indecisa. Luego, casi de repente, se tranquilizó y se inclinó de nuevo sobre la barandilla mirando al mar. Pronto apareció una cabeza entre la espuma y un brazo se movió una, dos veces, mientras una voz lejana gritaba algo difícil de entender. La mujer se quedó mirando aquel punto negro; pero pronto, muy pronto, fue quedando tan lejos, que ya no estaba segura de que estuviera allí. Después de un ratito apareció otra mujer en el puente. Era muy flaca y angulosa y llevaba gafas. Vio a la primera mujer y se dirigió a ella, atravesando el puente con ese andar peculiar de las solteronas. —¡Ah, estás aquí! La mujer se volvió y vio a la otra, pero no dijo nada. —Te he estado buscando por todas partes —dijo la delgada. —Es extraño —dijo la primera mujer—, hace un momento un hombre ha saltado del barco completamente vestido. —¡Tonterías! —¡Oh, sí! Ha dicho que quería hacer ejercicio y se ha sumergido sin siquiera quitarse el traje. —Bueno, bajemos —dijo la mujer delgada. En su rostro había un gesto duro y hablaba menos amablemente que antes. —No salgas sola al puente otra vez. Sabes muy bien que tienes que esperarme. —Sí, Maggie —dijo la mujer gruesa, y sonrió otra vez con una sonrisa dulce y tierna. Cogió la mano de la otra y se dejó llevar por el puente. —¡Qué hombre tan amable! —dijo—. Me saludaba con la mano.
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